Durante este año, sintió que Dios le llamaba “a ser instrumento suyo”, pero no sabía cómo hacerlo. Le propusieron en varias ocasiones ser responsable del ECYD, pero ella se resistió porque no se veía preparada. Marina tuvo una conversación con un amigo que le hizo cambiar de opinión: “Mi amigo me ayudó a ver que el Señor estaba respondiendo con esta oferta a la preocupación que yo tenía en el corazón”. Desde entonces está feliz.
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